Un solo rebaño y un solo Pastor
Por los antecedentes y por todo el contexto en el cual ocurre, la presente parábola nos lleva a comprender la divina excelencia del Buen Pastor. Jesús no sólo conoce sino que efectivamente ama a sus ovejas desde toda la eternidad. Él las creó, una a una, y las redimió con su propia sangre, elevándolas a participar de su vida. Además, se dejó a sí mismo como alimento en la Eucaristía hasta la consumación de los siglos. Su trato para con el rebaño alcanza extremos inimaginables incluso para el más perfecto de los ángeles.